Cuando una agencia la evaluó hace años para entrar a enseñar en la universidad calificaron sus investigaciones con perspectiva de género de "ciencia ficción". "Con esas palabras", recuerda.
En realidad, lo que hacía y hace es "arqueología feminista", es decir, colocar a las mujeres en el centro de sus investigaciones que siguen rigurosamente el camino que marcan los datos y el método científico. Ciencia pero con perspectiva de género. "Nosotras somos arqueólogas, sólo que nos hacemos preguntas diferentes", advierte.
"La hice (la tesis) sobre producción de piedra tallada en un yacimiento de Granada. Y me di cuenta de que la mayoría del material lítico no eran puntas de lanza o dagas sino que eran raederas, raspadores, hojas con filo cortante... elementos vinculados a actividades cotidianas como la preparación de las pieles, del alimento, de la cerámica... Muchas actividades que luego vas a un museo y rara vez ves. Estábamos dejando de lado actividades que no se consideraban y que formaban parte del proceso histórico igual".
Y así surgió su interés por las llamadas "actividades de mantenimiento", un concepto nuevo que coloca a la mujer en el centro de estos estudios, quitándole ese sesgo peyorativo que parecía tener todo lo doméstico. "Las habíamos asociado con lo doméstico y no les dábamos importancia porque parece que no requieren tecnología ni un conocimiento específico y son actividades que nos explican mucho y cuentan mucho sobre quiénes somos".
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